¿Qué es la religión? ¿Para qué sirve?
La religión, entendida
como un conjunto de creencias en lo sobrenatural, lo divino y algún tipo de
conciencia después de la muerte, le sirve a la gente de diferentes maneras pues tiene
diversas funciones: ontológica: la religión nos da una visión de la realidad y
la naturaleza; antropológica: nos dice qué somos, de dónde venimos y a dónde
vamos; axiológica y ética: nos proporciona determinados valores y un conjunto
de reglas morales para comportarnos en este mundo (y así ganar y no perder el
otro); psicológica: nos otorga consuelo, resignación y fortaleza ante los
avatares de la vida, el dolor, la injusticia y la muerte; social: nos permite sostener
lazos fraternos y de cooperación mutua con los que comparten nuestra fe; escatológica:
interpreta los sucesos sociales y naturales como yendo a un fin determinado por
la Divinidad; y claro está, la religión tiene una función política: justifica
el poderío de los gobernantes como mandato de la voluntad de divina, de esa
manera, no los hay –sean reyes o presidentes-- sin que Él (o Ella) lo permita
en su inescrutable y misteriosa voluntad.
El poder de la fe
El líder religioso
podría justificar su búsqueda y obtención del poder político sobre la base de
creerse, y hacer creer a los demás, que es representante o mediador de la
Divinidad con los demás hombres, o en todo caso, presentarse como el escogido,
el enviado, el profeta e incluso como hijo divino. En épocas pasadas tenemos
los casos de los faraones egipcios y los incas creídos, por ellos y sus
súbditos, so pena de muerte, hijos del dios sol Ra o Inti, respectivamente y
así representantes máximos políticos y religiosos a la vez resultando en regímenes
de gobierno teocráticos. Hasta 1946, año en que renunció a su condición divina
el emperador Hirohito, los japoneses creían que descendía de la diosa
Amaterasu. Y en el presente tenemos los casos de Ciudad del Vaticano, cuyo Jefe
de Estado es a la vez el Papa, cabeza suprema de la Iglesia católica, o de
Irán, cuyo Jefe Supremo es el Ayatolá o líder religioso chiita, una facción
islámica.
En las monarquías antiguas
y modernas la elección y la sucesión del rey era por simple descendencia o consanguinidad,
con justificación religiosa de por medio. Por ej., leemos en la Biblia: “Sométase
toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de
parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien
se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; ...” (Romanos 13:
1-2). Cosa semejante sucedió con la justificación de la esclavitud: “Esclavos,
obedezcan a sus amos terrenales con profundo respeto y temor. Sírvanlos con
sinceridad, tal como servirían a Cristo. Traten de agradarlos todo el tiempo, no solo
cuando ellos los observan. Como esclavos de Cristo, hagan la voluntad de Dios
con todo el corazón. Trabajen con entusiasmo, como si lo hicieran para el Señor
y no para la gente. Recuerden que el Señor recompensará a cada uno de nosotros
por el bien que hagamos, seamos esclavos o libres” (Efesios 6:5-8).
No obstante, en las
formas democráticas contemporáneas y secularizadas de adquisición y sucesión del
gobierno, donde muchas veces el poder económico y mediático intervienen de
forma decisiva, algunos políticos pueden apelar a la religión con el fin, por
ejemplo, de captar las simpatías de la población creyente mayoritaria y así
obtener sus votos o su aprobación, asistiendo a servicios religiosos (misa o procesión),
o acompañándose de sacerdotes en actividades oficiales. Además las autoridades
elegidas en las ánforas o designadas por una superior, prestan juramento al
cargo por Dios y poniendo su mano sobre su libro sagrado (como la Biblia); y los
gobernantes de jure o de facto piden iluminación o piedad
divina en sus discursos para la búsqueda de soluciones a graves crisis
nacionales (por ejemplo, una hiperinflación económica o un estado de guerra) o
justificando un golpe de Estado (como el recientísimo de Bolivia contra el
presidente Evo Morales).
Separación del poder terrenal y divino
Para evitar justamente
la manipulación ciudadana usando la religión, surge la idea del laicismo, de la
separación entre el Estado y la Iglesia, donde el primero debe plantear y
fundamentar en base a una razón secular sus políticas, pertenecientes a la
esfera pública, con respecto especialmente a la educación y la salud de la
población desde una visión neutra y un trato equitativo hacia todas las
religiones puesto que no todos son de la misma fe (no todos son
católico-romanos, evangélicos, creyentes en cualquier otra fe, ateos o
agnósticos), quedando la creencia religiosa en el ámbito privado, personal y
familiar.
Caso contrario,
aparecen los abusos del poder con justificación divina (como los casos de
persecución religiosa contra las minorías creyentes de un país, las torturas y las
quemas en la hoguera de herejes o fieles en otras fes por la Santa Inquisición
o las guerras y matanzas entre católicos y protestantes, hindúes y musulmanes,
etc.).