Desde un punto de vista escéptico no hay seguridad de que haya un dios (monoteísmo) o muchos dioses (politeísmo) poderosísimos y originadores de todo lo existente o que esto sea dios mismo (panteísmo). Suponiendo que lo(s) haya, lógicamente no será(n) como los conocidos o pregonados hasta ahora, es decir, dioses muy humanos o súper-humanos. De hecho, no tenemos ninguna prueba racional convincente de su existencia –a lo largo de la historia todas han sido refutadas--. Sin embargo, normal y comúnmente la gente –los fideístas-- cree que lo(s) hay, no tanto por una convicción argumentativamente racional sino por una necesidad existencial aunada a la tradición imperante de la sociedad en la que se ha desarrollado.
A las personas les interesa que sus dificultades y problemas cotidianos como también los graves y extraordinarios -como el peligro de morir por alguna enfermedad seria sean solucionados o que tengan buen término (a los padres que sus hijos sean buenos o que les vaya en la vida mejor que a ellos, a los hijos que sus padres les comprendan y les ayuden, a los trabajadores y empleados mantenerse en sus puestos de labor, al alumno aprender más y mejor o sacarse una nota aprobatoria, a la novia o novio que su pareja le ame o al menos que le sea fiel, a los militares que sus respectivos países ganen la guerra en caso de conflicto bélico, etc., etc.) Y muchas veces tales circunstancias pueden ser afrontadas de manera religiosa, es decir, invocando ayuda de lo Alto, rezando u orando a Dios, pidiéndole ayuda.
Empero no todos solicitan socorro divino en las mismas circunstan¬cias, crean en la divinidad (los creyentes poco religi¬osos y deístas que no aceptan la intervención de Dios en el mundo) o no (los agnósticos y ateos). Eso depende de su grado de autonomía, autoafirmación, autoconfianza y autosuficiencia. Imaginemos, por ejemplo, a un niño pedir a Dios que le ayude a aprobar un examen. De hecho, habrá otros que no necesitarán hacer eso pues han estudiado lo suficiente. En cambio, muchos adultos rogarán que la Divinidad les conceda el «milagro» de sanar un pariente o amigo -e incluso ellos mismos - enfermo de muerte o agonizando. Tanto en el caso del niño como en el del adulto se apelan a fuerzas trascen¬dentes y divinas, no humanas ni naturales. Simplemente se reza o repite una serie de frases, se ora o habla a Dios (O a una pintura, escultura o icono religioso que lo repre¬sente o a seres cercanos a El - ángeles o santos- . Pero también se puede pedir ayuda a la foto de un pariente generalmente ya fallecido , es el culto primitivo a los antepasados).
Algo muy parecido sucede con las personas que llevan una crucifijo o un rosario, una pata de conejo, una determinada piedra como el cuarzo, una pulsera metálica, cierto color de ropa como la ropa interior amarilla al recibir del año nuevo, una sábila detrás de la puerta de la casa, o que hacen ciertos gestos, ademanes y acciones como persignarse al pasar por un templo o al retirarse de sus casas e ir al trabajo y viceversa, el cruzar los dedos índice y medio, el golpear madera, el no pasar debajo de las escaleras, el evitar a toda costa no romper espejos ni cruzarse con un gato negro, el dar alguna limosna, etc., etc. Todas ellas quieren que les vaya bien y evitar el mal con la ayuda de ciertos objetos, partes de animales y realizando ciertas acciones, creen que obtendrán algún poder o protección de naturaleza misteriosa.
El creyente religioso, sea o no católico, se puede ofender por las comparacio-nes. Podría decir: «¡Son símbolos sagrados de mi religión y no superstición!». Pero no se ha comprobado que existan las fuerzas que representan, pero, se supone, que intervienen en una forma misterio¬sa en el mundo al ser llevados consigo como protección y ayuda, y así cumplen las mismas funciones que los objetos nominalmente catalogados como superstición.
Entonces vemos que la religión en el sentido mencionado está muy íntimamente ligada a lo mágico en cuanto a que se apelan a fuerzas misteriosas solucionadoras de nuestros problemas humanos y terráqueos. Pero también la religión puede ser vista y sentida como un medio para trascender nuestra cotidiana existencia, esto es, como un camino para alcanzar paz de espíritu o mente, como una guía moral de conducta en la vida. Con esta función se está buscando el crecimiento espiritual o desarrollo moral humano. Esto es, el creyente se olvida paradójica y temporalmente que es un ser de carne y hueso con sus propios egoísmos, pasiones y deseos.
(*Adaptado
del libro del mismo autor: LOGOS: Los
grandes interrogantes del hombre. Una introducción a la filosofía: geocities.com/rpfa/logos.html , 1999, pp. 39-41).
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